Cuando el yoga entra en tu vida lo hace sin darte apenas cuenta, de forma totalmente sigilosa, pero no por casualidad, de alguna forma ya estamos predestinados a que nuestras caminos se crucen. Y, te aseguro, que una vez producida esa unión, ya no hay nada que pueda romperla.
Primer contacto
Erase una vez, hace más o menos cuatro años, cuando trabajaba como osteópata en un gimnasio, en el que también entrenaba, que comenzaron a impartir clases de yoga. Me insistían en que entrara a probar, pero yo decía aquello de que «el yoga no es para mi». He de reconocer que no me llamaba nada la atención eso de estar sentado, respirar y hacer unos cuantos estiramientos.
Pero llegó el día que me decidí a entrar y desde el primer momento algo hizo click en mi interior. Me encantaban las clases, no faltaba ningún día, sentía que se me daba bien, me encantaba intentar las posturas más complicadas y terminaba con una sensación de paz indescriptible (muchas gracias Sara). Eran clases de Vinyasa Yoga, que al ser un yoga más dinámico seguramente ayudó a que poco a poco fuera enganchándome cada día más.
El deseo de compartir
Y, de repente, unos meses después, llegó el día en el que se cancelaron las clases. Pequeño bajón para todos. Aunque mis compañeros rápidamente me propusieron que me pusiera yo a dar las clases. ¿Yo profe de yoga? Mi respuesta fue que no me veía preparado, qué complicado dar una clase de yoga: posturas, respiración, relajación… Pero siempre que me veían por el gimnasio me seguían insistiendo (muchísimas gracias por ello), así que decidí prepararme e intentarlo. Me hinché a vídeos, libros, tutoriales, etc. Entraba yo solo a la sala a practicar; luego enganché a una amiga a que entrara a practicar conmigo. Y a los dos meses les dije a mis compañeros que creía que ya estaba preparado.
Llegó nuestra primera clase con esos nervios que no pueden faltar en una situación así. Pero, al terminar, todo fueron palabras bonitas, abrazos, muestras de agradecimiento. Les había encantado. Así fue como pasé a hacerme cargo de las clases de yoga (muchas gracias Fitness Madrid). Y a comenzar a darme cuenta que cuando el yoga entra en tu vida es para siempre.
Seguía formándome por mi cuenta, aprendiendo, aumentando conocimientos. Me iba dando cuenta del lugar tan importante que el yoga iba ocupando en mi vida. Y también me iba dando cuenta de las ganas que tenía de compartir todo lo que el yoga estaba aportando a mi vida. Por lo que había llegado el momento de formarme de verdad, era totalmente necesario para poder compartirlo de la forma adecuada.
La formación que te transforma
Vi la publicidad de una formación, la única a la que llamé para informarme, pero que me llamó mucho la atención desde el primer momento. Y estoy plenamente seguro que no podía haber elegido mejor (muchísimas gracias Ricardo, Inma, Carlos y a todos mis compis). Esa formación me cambió totalmente la forma de ver, sentir y vivir el yoga; así como la forma de impartir mis clases (que a partir de ese momento siempre he preferido llamar prácticas). Cuidando el cuerpo con las alineaciones más adecuadas e infinidad de ajustes. Pero sobre todo destaco el gran trabajo interior que comencé a descubrir y a realizar, y todo ese flujo de energía y fuego que empecé a sentir por todo mi cuerpo. Una experiencia increíble, multitud de bonitas sensaciones, numerosos aprendizajes y enseñanzas, y grandísimos yoguis conocidos.
Como comentaba anteriormente, esa formación cambió totalmente mi forma de impartir clase a mis yoguis. Dejó de ser un yoga meramente físico para comenzar a invitarles a que trabajaran también su interior, a que liberasen su mente, a que sintieran su fuego, su energía. Al principio pensaba que ese cambio tan radical no iba a gustar, que iban a pensar «y este loco de que nos está hablando»; pero todo lo contrario, era lo que más me agradecían, lo que poco a poco les fue enganchando todavía más al yoga.
Llegó el momento de dejar el gimnasio y buscar una sala que se adecuara más al camino que estaba llevando nuestra práctica. Apareció el centro perfecto (muchísimas gracias Alberto y Yaneth), un centro acogedor, nada más entrar te transmite paz y calma, tienes la sensación de estar entrando a otro mundo y, sin ninguna duda, era el lugar ideal para continuar nuestras prácticas. Prácticas llenas de emoción y sentimiento, talleres increíbles, todo seguía sumando en nuestros caminos.
Cuando el yoga entra en tu vida
Y con ilusión, sueños, perseverancia, motivación y cariño, el camino paso a paso se siguió creando, sin darme apenas cuenta, pero sin dejar de aprender, de luchar, de caminar. El yoga me seguía depositando pequeños regalos en mi camino. Además de seguir formándome, pasé a colaborar como formador y, posteriormente, tener mis propias formaciones…. Y estoy totalmente seguro que nunca dejará de ser así, que seguirá regalándome multitud de alegrías, de sonrisas y de personas bonitas. Y estoy totalmente seguro que, cuando el yoga entra en tu vida, ya nunca le dejarás marchar.
No quiero terminar sin agradecer a mis yoguis, tanto a los que disfrutan, respiran y sonríen junto a mi hace años como a los que lo hacen desde hace unas pocas semanas, que sigan acompañándome en mi camino. Muchísimas gracias por todo!!!!
(Para terminar ya del todo, quiero haceros un pequeño regalito: el primer vídeo que grabé realizando algunas posturas de yoga. Hay que tener en cuenta que eran mis comienzos jeje).